noviembre 27, 2007

La Sopapa Maltesa

Si grita es porque mil esquirlas le han ido recortando el esqueleto, y su estilo no es el de un bandido de retazos. Johnnie no tolera la vanguardia, porque fue él quien la inventó y le dio la difusa forma con la que hoy arrastra de las narices a decenas de babosos.

Fue él quien le enseñó a cantar a la Sopapa en St Marks Street y en Coney Island, cuando la princesita estaba lista para ser una prostituta mas en las calles de la Habana. Y le enseñó porque le gustó lo que veía cuando la Sopapa sonreía, dejando esos huecos descomunales, indescifrables, babosos y redondos en las mejillas. Sabía que terminaría arrodillada, pero le enseño a afinar entre la niebla, en los confines de esas noches en las que cualquiera apostaría su novia con tal de estar en la vereda soplando unos tragos.

Cuando la Sopapa pudo cantar sola, eligió la autopista que lleva al norte, donde en cada casa se puede encontrar una despensa con suficientes latas de atún para alimentar al séptimo de caballería. Ahí se movía bien esa zorra, mejor que en la cama de sábanas de nylon del cuarto húmedo de Johnnie.

En ese momento, la pérdida no le dolió más que un buen vaso de vino tinto volcado en la entrepierna. Ya había estado bien de canzonetas por un rato.